El nerviosismo en el escenario
Actualizado: 25 jul 2020
El que los contenidos no estén bien estudiados podría provocar un estado físico no conveniente para la charla. Pero al tomar la decisión de estudiarlos, teniendo como único objetivo salir de esa inseguridad para mostrar aplomo en el parlamento, limitaremos el estudio al texto concreto de la oratoria y eso, para nosotros, es una mediocridad. Lo que hace un orador cuando repite las frases de su parlamento hasta conseguir una pretendida organicidad es parchear el problema. Para este método la oratoria no es lo que «sale de la palabra», sino lo que «hace a la palabra». Es decir, la oratoria es el discurso previo e inexacto a toda expresión, mientras que esa pretendida organicidad que surge de la repetición de un texto ocurre ya después de la palabra; es el sucedáneo del sucedáneo de lo que es realmente la oratoria. O sea, repetir frente al espejo vuestras frases puede conseguir que deis el pego, pero eso no hace a un buen orador. Eso sería estar bajo mínimos en asuntos de oratoria.
Sabemos que algunos políticos ensayan el tono y la interpretación que tienen que llevar sus discursos, porque todavía creen que ese tono de firmeza y aplomo funciona por encima del mensaje. O sea, se cree que, ensayando el tono, cualquier palabra que surja será válida. Hubo un tiempo en donde la verdad tenía una apariencia, y fue fácil para algunos oradores inexpertos copiar esa apariencia para cubrir ahí donde no había oratoria. Hoy la verdad ha perdido su tono. La verdad como novedad, como creación, como camino subjetivo de descubrimiento, solo se descubre en los discursos, a través de la comprensión, dejándonos llevar por el viaje reflexivo que estos proponen. Hoy una invención puede ser verdad si el discurso creativo descubre nuevos senderos. Un discurso sin sendero es digno de sospecha.
Así que no buscaremos que salgas airoso del discurso intentando que no pases nervios, sino ganando tu ejercicio. Ganar el ejercicio significa cumplir con tu objetivo técnico, que, con la práctica, será cada vez más potente e innovador. Conseguir perder los nervios en el auditorio no puede ser un punto de partida en el estudio, ya que la oratoria va mucho más allá de todo eso. ¿Qué hacer entonces con los nervios si me dispongo a realizar estos ejercicios? Nada. Hay que aprender a trabajar nerviosos. Las mentalidades inquietas, aquellas que siempre buscan en lo desconocido, conviven perfectamente con ese estado de incertidumbre del cual no solamente no hay que salir, sino que hay que fomentar.
En esta entrevista de "The Hollywood Reporter" Gary Oldman comenta cómo necesitó la ayuda de un medicamento recetado por un doctor para poder sobreponerse al nerviosismo del teatro. También la anécdota del vómito previo a la función de Al Pacino o el "fuera de sitio" de Kenneth Branagh, cuando ya eran famosos y hacían cine y teatro de nivel.
El nerviosismo en oratoria podría ser el apunte a un exceso de identificación con vuestro personaje. Todos nos vivimos más o menos identificados con una personalidad, que tiene, por así decirlo, una fama. Cualquier persona es famosa sin necesidad de que os conozcan millones de personas por ser un personaje público, y si preguntáis sobre vuestra fama a compañeros, amigos o familiares os contarán sobre ella en función de vuestra historia y lo que cada uno haya interpretado sobre la misma. Se vive a través de una fama determinada, ya sea buena o mala, y nada como exponerse en público puede poner en peligro esa fama
a través de la cual se vive. Por eso no es nada extraño que algo en cada uno de vosotros se ponga en alerta sobre un escenario. Si vuestra fama, con la cual os identificáis, se viera juzgada, lo que vive la persona es un zarandeo en su identidad. Es lo que tiene el identificarse con cosas que están moviéndose constante- mente, como son la fama y el personaje público que la fomenta. Ahora no estamos hablando de un pánico escénico patológico que pueda estar afectando a más ámbitos de la vida. Hablamos solamente de ese estar desubicado momentos antes de vuestra charla de manera que os angustie y condicione los prime- ros minutos del parlamento. Para este método, cuando hablamos de liderazgo en la palabra, hablamos de alguien que ha comprendido que todo lo que es un orador se ha de poner a disposición del parlamento. Si a un orador le interesa la «fama» —y sabemos que, de la fama, mala o buena, se suele depender—, todo lo que pretenderá hacer ese orador con su discurso, por encima de su objetivo de ponencia, será defender esa fama frente a todos los que la puedan criticar: él no estará a disposición de la palabra, sino que la palabra será utilizada en beneficio de la fama del orador. Ahora bien, si fuera el caso, ¿se tiene que hacer algo directamente con eso? Pues, para este método, no. Se han de realizar las improvisaciones dándole importancia solo a cumplir con los objetivos de estas.
A este respecto los oradores me suelen decir que su caso es más bien el miedo escénico, pero cuando les pregunto qué significa eso de «miedo escénico» me dicen: «miedo a hacerlo mal». Claro, bien. Pero miedo a hacerlo mal ¿por qué? No es fácil asumir que dependemos de una imagen que es la que «creemos» que nos va mejor, y que esta imagen diseña muchos de nuestros pensamientos y acciones, y la acción de hablar en público es siempre un peligro para esa imagen. Recuerdo una formación en donde el primer día de trabajo, al salir el primer orador y por un «error» del resto de los compañeros que permanecían en la grada, surgió un aplauso espontáneo. El primer orador se vio en el centro del escenario, sin haber mencionado palabra, recibiendo un aplauso bastante espléndido por parte de sus compañeros (que no se conocían entre ellos, cabe decir). Cuando terminó el aplauso le pregunté al orador: «¿Qué tal te ha sentado este aplauso por no hacer nada?». Y me dijo: «Muy, muy, muy bien». ¿Qué hay en el mundo más impresionante que un ser humano? Una aceptación multitudinaria a vuestra persona que os hace sentir valiosos, interesantes, etc. Vais en un ascensor hasta el piso veintidós y en la primera planta sube otra persona. Sois dos en ese trayecto. ¿Se puede eludir esa «tensión del otro»? Ni Taj-Majal ni Cataratas del Niágara. La aceptación colectiva del prójimo a nuestra fama es, por así decirlo, el acto de mayor apertura y libertad que nadie pueda vivir.
El tema aquí está en ver si esa fama está metida en un envase demasiado pequeño. En un personaje de acción creativa muy limitada, cualquier cosa que hagamos fuera de su ámbito supondrá una amenaza. Como dijo Giovanni Pico della Mirandola, «no te di, Adamo, ni un puesto determinado, ni un aspecto propio, ni función alguna que te fuera peculiar, con el fin de que aquel puesto, aquel aspecto, aquella función por los que te decidieras, los obtengas y conserves según tu deseo y designio».
Os propongo descubrir la obra del filósofo transexual Paul Beatriz Preciado. A través de sus ideas, y para el que tenga interés, se puede discernir sobre cómo aquello que llamamos «verdadera personalidad» podría no ser más que unas imposiciones sistemáticas, las cuales hemos adaptado a nuestra vida, configurando estas lo que llamamos «nuestra vida en libertad». Con esto no estoy queriendo aguarle la fiesta a nadie, sino todo lo contrario. El personaje que tanto defendemos por su carácter de propio, orgánico, famoso, natural, bien podría ser un personaje más de los cientos de miles que podríamos o tendríamos derecho a vivir en unas circunstancias «ideales». Por ideal me refiero a una circunstancia en donde la realidad y la verdad puede ser creada, que no quiere decir mentirnos y atolondrarnos en la comunicación, que de eso ya hemos tenido bastante. En este mundo binario de hombres o mujeres, de buenos o malos, de ciencia o filosofía, aparece en la sociedad actual una desidentificación natural, un «ser disidente», como diría Preciado, de todos los sistemas que conducen, diseñan y aprisionan, un nuevo pensar y sentir la realidad. Los oradores no quedan exentos de este nuevo ambiente filosófico deconstructivista cuya palabra no es todavía conocedora de su destino. Para Preciado, lo que se está produciendo es una «ruptura epistemológica de gran importancia debido a la mutación del sujeto de producción de saber». Por primera vez, aquellos que han sido objeto de los regímenes disciplinarios, médicos y jurídicos (todos nosotros) están siendo productores de un saber sobre sí mismos.
Esta es la gran revolución que están viviendo ya los Dircom como personajes librepensadores portavoces de una palabra reflexionada que tiene en cuenta las transformaciones sociales, empresariales, políticas, económicas, tecnológicas, artísticas, etc. La empresa ya no tiene la comunicación como fin, sino que, como el estudioso a sus libros, simplemente la necesita para otra hazaña de mayor envergadura. A veces me pregunto si han sido los filósofos los que han configurado la filosofía con sus ideas o si, más bien, ha sido el propio pensamiento el que ha utilizado a los pensadores para desvelarse a sí mismo. Si fuera esto último, los oradores estarían a disposición de este cambio, teniendo el privilegio de verlo con anticipación a los que no estemos pensando en ello y viéndose en la obligación de contarnos, de la mejor manera, qué es eso nuevo que llega tanto en el mundo empresarial como en el general.
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