La eficacia
Actualizado: 25 jul 2020
La improvisación eficaz requiere de una técnica en la cual se puedan basar la creatividad y la espontaneidad. Aunque toda improvisación parte del mismo lugar, los conocimientos y técnicas para improvisar sobre el Sarabande de la Partita núm. 2, de Johann Sebastian Bach o hacer un discurso para evitar que afecten las nuevas estrategias de la competencia, son distintos y más sofisticados a los necesarios para conducir o cocinar un plato preferido.
Algunos interpretes musicales no aceptarían que interpretación e improvisación pudieran ir de la mano, pero, para este método, una interpretación que no acepta improvisación no es válida. Cuando una palabra o nota musical se interpreta, hay también improvisación. O bien el intérprete copia una interpretación o bien la improvisa, y en este caso la hace nueva, aunque suene parecida. Lo que el público registra es la eficacia en la improvisación, la noción de novedad de la que hablamos. No compara el resultado final con otras interpretaciones, ya que la forma final tendrá siempre un mismo estilo. ¿Qué queremos inventar? Lo que tiene que poseer esa forma, lo que le interesa al público, es la fuerza que tiene esa interpretación cargada de improvisación. Y hay eficacia cuando, al darse esta combinación, hemos sabido poner eso en los objetivos (ejercicio técnico) más adecuados.
Desde esta clave, cualquier voz juzgada de discapacitada por el idealismo caduco empresarial es susceptible de convertirse en una voz relevante para este nuevo discurso no excluyente, cuya capacidad creativa y de improvisación será capaz de comunicar la transformación que vive el mundo empresarial. La voz eficaz ya no cumple con la normativa estético-política de los auditorios, sino que se pone a disposición de la realidad empresarial y social. Se pasa de un orador que no es autor de ideas a un orador protagonista capaz de relatar su propio recorrido como sujeto, en una multiplicidad de improvisaciones y alejado de aquella «fatiga de ser uno mismo» de Alain Ehrenberg.
Una característica de la eficacia es la identidad. Pero en este caso no hablamos de una identidad, como diría Ehrenberg, cansada de repetirse a sí misma, sino de aquella identidad más allá de las formas que, como un camaleón, utiliza todo a su alcance para representar la realidad que quiere contar. Una vez todo está preparado, el orador vive arrojado en el discurso, dejando simplemente que este cumpla con su objetivo. La eficacia, a la que ayudará que el orador haya sido capaz de redactar el ejercicio técnico más arriesgado, encontrará expresión en la medida en la que el orador no se identifique con un modo concreto de interpretar el discurso. Sería ideal que al preguntarle a un orador «¿Cómo vas a hacer tu ponencia?» surgiera un «No lo sé» y que este lo fuera porque el orador, efectivamente, ya no está queriendo dirigir la función. Un actor no se cansa de repetir la función porque cada día la hace distinta incluso cuando su personaje dice y hace las mismas cosas y cumple, incluso desde esta diferencia, con los mismos objetivos de la escena. En una de esas funciones el director le dice al actor: «Me gusta cómo has hecho hoy esta escena. Fíjala así para el resto de las funciones». Y entonces el actor, incluso con esa directriz, será capaz de vivir improvisación teniendo todavía más perfilada la estética final de las palabras y sus acciones. Esa es la maravilla de la creatividad. La mediocridad repetirá la forma. La creatividad sabrá que la eficacia será cargar a esa forma determinada del contenido que sustenta la improvisación.
El vértigo de la acción eficaz consiste precisamente en que el orador, sabiendo de qué hablará, no quiere saber cómo lo hará. Por un lado, dirige el texto, y por otro impide el control de la interpretación apoyándose en la improvisación. Por lo que decimos, queda claro que la preparación de un discurso de este nivel no se prepara en dos horas. Quien no tiene tiempo para la palabra, no debería dedicarse a ella. Habituarse al vértigo es una práctica. Buscar la verdadera eficacia fuera de la estética requiere arrojo y descaro. Todo esto pide tiempo, escucha y reflexión.
Empresarialmente, se habla más de eficiencia que de eficacia debido al poco tiempo para hacer las cosas y muchas veces, también, a la falta de recursos. En nuestro caso, correr con pocos elementos es un mal punto de partida. Tanto si posteriormente a esta lectura te dispones a hacer el curso, como si lo que harás será practicar por ti mismo, es necesario que le dediques tiempo y que aportes cuantas más estrategias mejor. Eficacia es decir en el mismo tiempo lo más importante para vuestro objetivo y hacerlo como si tuvierais todo el tiempo del mundo, o sea, sin correr. La palabra se toma su tiempo y aquí lo importante es conseguir que vuestros oyentes decidan ofreceros también su tiempo de escucha porque el qué, y el cómo, estén mereciendo la pena: es decir, que sean eficaces. Cuando los oradores reciben este cuaderno de trabajo días an- tes de realizar un curso, son pocos los que paran todo y deciden estudiar para realizar su mejor ejercicio técnico. En escena sale todo, lo que se ha trabajado bien y lo que no. E incluso lo que se ha trabajado bien en ese ejercicio escrito será corregido, porque el camino de aprendizaje en oratoria no tiene fin.
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